Las investigaciones han arrojado que para el año 900 de nuestra era, ya se trabajaba el metal en Mesoamérica . En la región correspondiente al México actual, se han definido como centros metalúrgicos prehispánicos el área Maya, Oaxaca y Michoacán, tanto por las variedades de objetos como por la antigüedad de los mismos. Sin embargo, Michoacán destaca por la presencia de elementos con características propias. Los vestigios más antiguos se han localizado en los alrededores del Lado de Pátzcuaro.
En aquella época, poseer objetos de metal –básicamente adornos y atavíos- era un privilegio del grupo dominante, religioso o político. También eran objetos que se ofrendaban a los dioses o a los muertos. Y en algunos casos, los objetos que se producían se utilizaban en el trabajo diario, elaborándose en serie y con moldes. Entre las piezas que se fabricaban destacan agujas, alambres, alfileres, anillos, anzuelos, argollas, azadas, barras con colgantes en los extremos, bezotes, brazaletes, cascabeles, casquillos, orejeras, pinzas, punzones, tubos y vasijas, tanto de oro como de cobre.
Entre las técnicas que dominaban los antiguos michoacanos están el martillado, el revestimiento metálico, el fundido (vaciado) con moldes abiertos y cerrados, teniendo como ejemplo la llamada “cera perdida”. Para el trabajo del metal, así como para otras técnicas artesanales, se requería de especialistas de tiempo completo. En la sociedad tarasca prehispánica, estaban organizados según sus especialidades.
Además de los metales, las plumas eran consideradas como artículos preciosos en todas las culturas de Mesoamérica, destinándose a los atavíos de los dioses, sacerdotes y dirigentes políticos; las plumas eran símbolo de poderío y dignidad. El arte plumario era también una actividad de especialistas, llamados en lengua michoacana izquarecucha, quienes elaboraban con plumas de diversas aves: capas, mantas, vestiduras, rodelas, penachos y banderas que colocaban en cañas largas. Tales artesanos cortaban las plumas en pequeños pedazos para combinar así, los diferentes colores para los diseños, que se elaboraban con distintas técnicas según fuera el objeto a realizar.
Dentro de los grupos de artesanos prehispánicos, los dedicados a la metalurgia y al arte plumario eran considerados verdaderos artistas, ocupando el lugar principal. Sin embargo, se sabe de la alta calidad de objetos realizados con otras técnicas como los tejidos, la cerámica, y el tallado de piedras, entre otros. Aparentemente, el valor de estos productos radicaba en la función que desempeñaban económica o religiosamente como símbolo de estatus.
La Relación de Michoacán se refiere a las actividades de hilado y tejido como obligaciones netamente femeninas y cuyo aprendizaje se heredaba de madres a hijas. Entre las prendas tejidas que se elaboraban, destacan las camisetas, gran variedad de mantas, prendas de vestir femeninas, hilo para el adorno de la cabeza y jubones para la guerra. Había mantas de diferentes gruesos y colores o decoradas con plumas o pelo de conejo, es importante mencionar que todas las mantas que se fabricaban, las blancas se utilizaban como moneda o regalos para los dioses. Los tejidos tenían diferentes funciones que iban desde dormir en ellos y envolver a los muertos, hasta utilizarlos para el trueque o como regalos. Los materiales de fabricación eran fibras vegetales de maguey y agave, de algodón blanco u oscuro, y tintes de añil, maderas, frutos o insectos, de los cuales se obtenían colores como el azul, negro, colorado y blanco.
El barro fue uno de los materiales más trabajados por los pobladores prehispánicos. En la actualidad, los vestigios arqueológicos de cerámica nos permiten conocer el desarrollo tecnológico del grupo que los produjo, así como diferenciar las culturas, inferir rutas comerciales, áreas de distribución o establecer cronologías. La cerámica de los purépechas se caracterizó por ser policroma con decoración de pintura al negativo, combinando el negro, rojo y blanco principalmente. Ésta fue una técnica destacada en el México prehispánico; en Michoacán los mejores ejemplos se localizaron en los alrededores del Lago de Pátzcuaro. La cerámica al negativo se ha considerado como la más representativa de la cultura purépecha, al parecer era fabricada por artesanos especialistas, ya que en las piezas se percibe complejidad y riqueza en formas y decoración. Entre los objetos que se elaboraban destacan los cajetes, ollas, patojos y tecomates hechos en barro fino, entre los cuales abundan vasijas miniaturas con colores y diseños típicamente michoacanos. También se elaboraban pipas, figurillas, silbatos, vasijas, malacates y braseros.
Se sabe que en Michoacán hay otras áreas de desarrollos cerámicos regionales anteriores o contemporáneos a los del lago de Pátzcuaro, tal es el caso de los alrededores de Zamora, Cojumatlán, Zinapécuaro, Apatzingán, el área de Tepalcatecpec, la costa y la desembocadura del Balsas, Huetamo y sus alrededores, el área del río Lerma y los alrededores de Morelia y Cuitzeo.
El trabajo de turquesas y piedras semipreciosas, se combinaba usualmente con la elaboración de objetos de obsidiana. Estos artesanos, además de los plumarios y los metalúrgicos, también tenían una posición reconocida, y al morir eran enterrados con sus materiales e instrumentos de trabajo. La elaboración de objetos de obsidiana era considerada como una artesanía utilizada en la agricultura, caza y fabricación de armas de guerra, objetos con función religiosa como cuchillos de sacrificio y objetos suntuarios. Las principales minas de obsidiana fueron las de Zinapécuaro “lugar de obsidiana”, y probablemente su explotación estuvo controlada por el Estado Tarasco. Este tipo de minas adquirieron un valor económico como fuente de materia prima. Otros objetos como los de piedra verde pulida, en forma de cuentas esféricas y tubulares, tuvieron un valor simbólico con significado religioso. Por último, en relación al mismo trabajo de piedra, la lámina XXVII de la Relación de Michoacán se refiere a los canteros, extrayendo las piedras de las canteras y cortándola para el recubrimiento de edificios religiosos, como las Yácatas.
En la actualidad, cada una de estas actividades artesanales se siguen elaborando, algunas con técnicas prehispánicas, otras con técnicas mestizas (prehispánicas complementadas con las traídas de Europa durante la Colonia y otras más, elaboradas con herramientas de la industria actual como el barro de alta temperatura o la de laudería industrial.
La Casa de las Artesanías de Michoacán divide la actividad artesanal en las siguientes ramas:
Alfarería , clasificada en barro bruñido, policromado, vidriado, alisado y de alta temperatura;
Metalistería, conformada por la joyería, herrería y cobre martillado;
Maderas, integrada por esculturas, talla, máscaras, cucharas y bateas, laudería, muebles, maque, equipales y bancos;
Textiles, repartidos entre bordados, deshilados, tejidos en telar de cintura y en telar de pedal, y tejidos a gancho;
Fibras vegetales, palma, tejidos de pita, tule y chuspata, carrizo, fibra de trigo o panicua, vara de sauce; y por último se han clasificado en otras ramas la juguetería y miniatura, talabartería, plumaria, cantería, cerería, popotería, papel picado, hoja de maíz y pasta de caña. |